Madre Eugenia Elisabetta Ravasio

¿Quién es Madre Eugenia? ¿Quién es esta criatura que el Padre llamaba «mi hija predilecta… mi plantita?

Pensamos que Madre Eugenia es una de las más grandes Luces de estos tiempos: es el pequeño profeta de una Iglesia nueva en la cual el Padre está al centro y en el vértice de cada fe, y la unidad es el máximo ideal de toda espiritualidad. Ella es la luz que el Padre donó al mundo en este tiempo de caos y de oscuridad, para que se conozca el camino que hay que seguir.

Nació en San Gervasio d’Adda, Italia (ahora se llama Capriate San Gervasio), un pequeño lugar en la provincia de Bérgamo, el 14 de Septiembre de 1907, en una familia de origen campesina.

Frecuentó sólo la escuela primaria, y después de trabajar algunos años en una fábrica, ingresó en la Congregación de Nuestra Señora de los Apóstoles, cuando apenas tenía veinte años. Es allí donde desarrolló su gran personalidad carismática. Cuando tenía solo 25 años, fue elegida como Madre General de la misma Congregación.
Prescindiendo de su dimensión de espiritual, para hacerla entrar en la Historia bastaría su extraordinaria acción en el campo social: a lo largo de doce años de actividad misionera abrió más de setenta centros, con enfermería, escuela e iglesia, en los lugares más abandonados de África, Asia y Europa.

 

Descubrió la primera medicina para curar la lepra, sacándola de la semilla de una planta tropical; medicina que fue después estudiada y elaborada por el Instituto Pasteur de París.

Lanzó en el apostolado a Raoul Follereau, que siguiéndole las huellas, y con las bases que ella puso es considerado el apóstol de los leprosos.

Ideó, proyectó y realizó en Azopté (Costa de Marfil), durante los años 1934-41, la «Ciudad de los Leprosos»: un inmenso centro para dar asilo a estos enfermos que se extiende sobre una superficie de 200.000 metros cuadrados y que hasta el momento perdura como un centro de vanguardia en África y en el mundo. Por esta obra Francia concedió a la Congregación de las monjas misioneras de Nuestra Señora de los Apóstoles, de la cual la Madre Eugenia había sido Superiora General desde 1935 hasta 1947, la máxima condecoración nacional por obras de carácter social.

 

Madre Eugenia regresó al Padre el 10 de Agosto de1990.
Pero el legado más importante que Madre Eugenia nos ha dejado ha sido el Mensaje del Padre («El Padre habla a Sus hijos»), la única revelación hecha personalmente por Dios Padre y reconocida auténtica por la Iglesia después de diez años de rigurosísimos exámenes.

Es digno de atención el hecho de que el Padre, en 1932, dictó el Mensaje a Madre Eugenia en latín, un idioma que para ella era totalmente desconocido.

En 1981 hemos logrado obtener, en un modo que podríamos definir como milagroso, tal mensaje en la versión francésa extrapolada del expediente (pag. 39-63) presentada por el Obispo Caillot a las autoridades eclesiáticas romanas y en 1982, en el 50° aniversario, lo publicamos en italiano.

Tantos prodigios de Gracia que salieron de ello, nos han animado a difundirlo gratuitamente, especialmente en las cárceles, en los asilos, en los hospitales. Gracias a los colaboradores que el Señor nos ha donado hemos podido ofrecer su impresión en francés, inglés, alemán, español, portugués, albanés, holandés, polaco, croata, eslovaco, húngaro, rumano, ruso, ucranio, árabe, coreano, chino, amárico, guharato, maratho, tamil, (India), y otros.

 

Creemos que la Madre Eugenia fue una de las más grandes Luces de estos tiempos: la pequeña profeta de una Iglesia en la que el Padre es el centro y cumbre de toda fe y la Unidad es el ideal más elevado de toda espiritualidad. Es la luz que el Padre le ha dado al mundo en este tiempo de caos y tinieblas para que sepamos el camino a seguir.

contada por ella al padre Andrea D’Ascanio, y revisada con ella antes de imprimir.

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Alabar, amar, adorar, cantar en el corazón de todos y con el corazón de todos los hombres, con el amor del Espíritu Santo y el Corazón mismo de Jesús y de María Santísima, a el nombre Dulcísimo y Glorioso del  Padre es una alegría que ningún sufrimiento roza.

Sor Eugenia